Medicina, aburrimiento y pasión
Por el Dr. Ángel García Montero, Fecha: 07-08-2016
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A mi hija Addis Patricia mi próxima colega. Cuando me inicié en el ejercicio médico, cuestión que hace más de 20 años, sentía el ímpetu propio de los recién graduados, al poco tiempo percibí que esa emoción comenzaba a apagarse, comencé a percatarme de una sensación de hastío cuando fui médico del Instituto del Seguro Social en Venezuela, quise sumergirme en la causa de esa sensación de aburrimiento que me producía estar sentado detrás de un escritorio prescribiendo medicamentos, que además estaban codificados con un número, me comenzó a embargar una especie de temor cuando vi mi futuro en la cara de los médicos que habían estado toda su vida en esa institución, me encontraba por los pasillos o en el cafetín del hospital con esos señores con el sello del paso del tiempo en su rostro, con pocas glorias y muchas penas.
Comencé a notar cierto malestar en las enfermeras que me asistían en la consulta, me parecía extraño que cada una o dos semanas me encontraba una enfermera distinta, hasta que le pregunté a la de turno por qué casi todos los médicos mantenían su misma enfermera y a mí me las cambiaban con frecuencia, con mucha sinceridad me dijo que la razón era que yo me tardaba mucho con los pacientes, que todos los médicos a las 9 o más tardar a las 10 de la mañana ya han terminado, mientras que yo generalmente terminaba después de las 12 del mediodía, ellas estaban acostumbradas en usar ese tiempo para hacer “otras cosas”. Me dio cierta pena por ellas y quise aligerar un poco mi tiempo con cada paciente, allí comenzó el aburrimiento, cuando me daba cuenta que era suficiente con prescribir un medicamento o hacerle un reposo al paciente, lo cual era la causa fundamental de la consulta.
Una mañana al llegar al hospital me encuentro en el consultorio un hombre de mediana edad, Luis era su nombre, con una expresión en el rostro que dibujaba la intensidad crítica del dolor, me contó que era un comerciante viajero y que no tenía ningún familiar en la ciudad, lo hice pasar de inmediato y al examinarlo le noté la característica clásica de una apendicitis le hice la orden para cirugía y le indiqué a la enfermera que lo llevara a emergencia y que le dijera al médico de guardia que notificara con urgencia a cirugía. Continué pasando mi consulta normalmente, pero la cara de aquel hombre permanecía en mi mente. Al terminar la consulta voy a emergencia con la esperanza de encontrar a Luis ya operado, para mi sorpresa Luis estaba en una camilla de emergencia con la mirada perdida esperando a ser atendido, sentí mucha compasión por aquel ser porque sabía que de no ser atendido a tiempo, seguro se complicaría con una peritonitis y probablemente moriría, inmediatamente busque al médico de guardia y me encontré con una dama ya entrada en años que a mi pregunta de por qué ese paciente no había sido operado me contestó con una tranquilidad pasmosa, “hay que esperar que le hagan los exámenes de rutina y la bioanalista no ha llegado”.
No podía creer este teatro de desidia que estaba viviendo, me dirigí de inmediato a la oficina del director y prácticamente lo amenacé, le dije que si ese paciente moría yo mismo iba a hacer pública por los medios de comunicación la denuncia de negligencia y sin esperar respuesta abandoné la oficina, a la hora cuando llegué para la consulta de la tarde ya estaba operado. Después de ese episodio el aburrimiento aumentó, sabía que no me había graduado de médico para eso, y cada vez lo pensaba con más frecuencia, vi con mucha claridad que si no renunciaba me esperaba la misma historia de los médicos mayores cuya cara de hastío me aterrorizaba, sin darle más vueltas al asunto introduje la renuncia, familiares y amigos me recriminaban y me decían que era una locura haber hecho eso, tenían la creencia que allí “estaba mi futuro garantizado”.
A partir de ese momento supe que tenía que hacer un camino propio en mi profesión y hoy después de una larga historia de estudios, en buena parte autodidactas, hago lo que de joven quería hacer, aunque no lo veía con claridad.
Cada vez que una persona busca mi apoyo como médico no pienso que su molestia va a desaparecer con un químico, veo a una persona cuyo cuerpo expresa un mensaje oculto en su historia, donde con gran disposición me sumerjo y a través de los intersticios de lo que el cuerpo me va diciendo encuentro, casi siempre, el origen de su padecer en un conflicto o un impacto emocional que al ser abordado con las estrategias adecuadas, el cuerpo hace lectura de manera inmediata modificando el síntoma y en el mejor de los casos desapareciendo.
Ya la práctica médica no me genera aburrimiento, esta forma de hacer medicina me genera pasión, hoy sé que puedo envejecer con alegría y felicidad.
Al escribir estas notas veo una placa metálica con la figura de Pablo Neruda que se ha convertido en un anclaje e inspiración para mi trabajo, por eso viaja conmigo a donde voy, me la regaló Joselin cuando estuvimos en Valparaiso, en lo que fue la casa de descanso de este poeta, con un fragmento de su canción de gesta que aquí les dejo:
“MIS DEBERES CAMINAN CON MI CANTO
SOY Y NO SOY; ES ESE MI DESTINO
NO SOY SI NO ACOMPAÑO LOS DOLORES
DE LOS QUE SUFREN; SON DOLORES MÍOS
PORQUE NO PUEDO SER SIN SER DE TODOS
DE TODOS LOS ACALLADOS Y OPRIMIDOS”
Siento que la vida ha sido generosa al abrirme los caminos pensados por sendas impensadas, hoy me encuentro en México abriendo otro camino y confiado en que se abrirán sendas desconocidas para continuar expandiendo nuestro trabajo.
Coyoacan, Ciudad de México, agosto 2016
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Dr. Ángel García Montero
Con más de 25 años de práctica médica y más de 15 años de investigaciones científicas, el Dr. García plantea que el cuerpo no enferma sin la participación de la Conciencia y que todo abordaje terapéutico debe realizarse de forma integral la química del cuerpo físico, el patrimonio energético y por supuesto, La Conciencia.
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